Los coleccionistas e incluso vendedores confían en
la tasación que un certificado o un experto le otorga a una moneda. No les
suele importar si, observándola más de cerca, parecen tener menor calidad (o a
veces mayor). Pero curiosamente hace unos años, un comerciante compró una
moneda de cinco centavos de Draped Bust casi sin circular por unos
5.000 dólares. Eliminó los tonos grises con un limpiador y lo recoloró
químicamente con tonos irisados. Ésta capa tapó la superficie verdadera de la
moneda, por lo que resultaba muy complicado descubrir que tenía algo de
desgaste. Un buen tasador profesional la certificó como MS-63, y se vendió por
más de 30.000 dólares. Este “coin doctor” (los norteamericanos llaman así a quienes
tratan física o químicamente las monedas para que parezcan de mejor calidad) no
podría estar más orgulloso, ya que era la situación perfecta: él ganó
mucho dinero, el tasador se llevó su parte y el comprador estaba encantado con
la apariencia y la certificación de la moneda«.
Si compraras esa moneda, ¿la considerarías como
MS-62? ¿Te fiarías del certificado, o la examinarías mejor para asegurarte?
¿Y si alguien te dijera que la misma moneda era una
AU-58 poco tiempo antes de cambiar a MS-62? ¿Cambiarías de opinión? Si alguien
dijera que esa moneda, tasada como MS-62, es realmente una AU-58, ¿le creerías?
Si compraras los antes mencionados cinco centavos MS-63, y supieras que es una
AU limpiada y recolorada, ¿te gustaría tenerla? Éstas preguntas no son
retóricas, sino bastante posibles para cualquier numismático. Son complejidades
que rondan por el mundo de la tasación de monedas.
Ya que la tasación siempre ha sido más
subjetiva que objetiva, y más un arte que una ciencia, las conclusiones a las
que llegan empresas como ANACS, PCGS o NGC se suelen
reponderar por otra compañía para tener una segunda opinión, o incluso por la
misma empresa. Parece una situación en la que todos ganan: los vendedores
ganan, las empresas de tasación ganan y todos contentos. Sin embargo, el
resultado final es “tasaflación”, o el detrimento de los estándares de
calidad de monedas con el paso del tiempo. Por esto, una moneda certificada en
1990 como, por ejemplo, MS-65, hoy en día se podría evaluar como MS-66 o
incluso MS-67 por los mismos tasadores.
¿De qué me sirve enviar una moneda a un servicio de
tasación si resulta que dentro de veinte años la tasación que me darían por
ella será diferente? Si todos se dedican a hacer ese juego y todos ganan dinero
con él ¿el único que pierde es el coleccionista? ¿Es ético ser un “coin doctor”?.
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